Cuando la narración es más grande que la historia: Memento vs. Weapons
- Jorge Santa Cruz

- Aug 9
- 2 min read
En publicidad existe una regla de oro: la historia no puede ser más grande que el producto. Puedes hacer el comercial más visualmente impactante del mundo, pero si eclipsa al producto, el público recordará el anuncio, no lo que intentabas vender. En ficción pasa lo mismo: la narración no puede ser más grande que la historia. Si la forma de contar deslumbra pero el núcleo narrativo es débil, el espectador saldrá recordando las acrobacias narrativas, pero sin sentirse satisfecho.
Dos películas —aunque separadas por más de veinte años— ilustran a la perfección esta diferencia: Memento (2000) de Christopher Nolan y Weapons (2024) de Zach Cregger. Ambas juegan con una estructura no lineal. Ambas despiertan curiosidad. Pero solo una consigue que su técnica narrativa y su historia trabajen en perfecta armonía.
Memento: cuando historia y narración bailan en el mismo compás
Memento es uno de esos raros casos en los que la estructura narrativa es inseparable del significado de la historia. Contada desde la perspectiva fragmentada de Leonard, un hombre incapaz de formar nuevos recuerdos, la película avanza hacia atrás, desorientándonos de la misma forma en que él está desorientado.
Lo que hace que Memento funcione no es solo su ingenio, sino la paradoja que construye. No solo dudamos de si lo que Leonard nos cuenta es verdad, sino que, cuando finalmente ordenamos la cronología, descubrimos que la propia historia es otra paradoja. La narración es dinámica, pero la historia también. Nunca baja el ritmo ni deja morir nuestra curiosidad.
Temáticamente, Memento es un espejo de la vida misma: la venganza de Leonard puede significar todo para él… o absolutamente nada. Del mismo modo, nuestras obsesiones pueden tener un peso enorme para nosotros, pero ser irrelevantes en un sentido más amplio. Historia y narración están tan entrelazadas que ninguna opaca a la otra.
Weapons: una máquina narrativa mal dirigida
Weapons, de Zach Cregger, también apuesta por una estructura no lineal, y al inicio es un festín de intriga. Las escenas se desordenan, la tensión crece y todo parece apuntar hacia un gran desenlace. Durante un buen tramo, parece que la película nos llevará a un payoff profundo y memorable.
Pero luego… nada. El conflicto final se reduce a una bruja que atormenta a la gente. Esta revelación desinfla el impulso narrativo, dejando que la sofisticación de la forma de contar se imponga sobre la simpleza (y delgadez) de la trama. La curiosidad se queda con hambre porque el conflicto no está a la altura de la narración que lo condujo.
Es como ver un anuncio misterioso y brillante para descubrir que el producto era… un clip. Por más ingeniosa que sea la presentación, no puede compensar la falta de sustancia en lo que se cuenta.
La lección
Cuando historia y narración están sincronizadas —como en Memento— obtenemos una obra que se puede revisitar, que estimula la mente y resuena emocionalmente. Cuando la narración eclipsa a la historia —como en Weapons— el resultado es una caja de rompecabezas que, al abrirla, está vacía.
Al final, los mejores narradores saben que, por muy brillante que sea el envoltorio, el regalo de dentro tiene que valer la pena.






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